Si algo he aprendido como madre y diseñadora es que la simplicidad lleva a la esencia de la belleza y la felicidad.
Esta lección se hizo más evidente durante nuestro viaje a Maldivas, un viaje que transformó completamente mi escepticismo habitual hacia los resorts.
Desde el emocionante despegue en hidroavión hasta el suave aterrizaje en el sereno St. Regis Maldives Vommuli Resort, cada momento prometía ser un refugio del bullicio de París, un espacio donde mi pequeña Cósima y yo podríamos encontrarnos en un mundo distinto, lleno de descubrimientos compartidos.
Un lugar al que llamar hogar en Maldivas
Al llegar, la naturaleza exuberante de la isla de Vommuli nos acogió con brazos abiertos. Nuestra villa en la playa se convirtió en más que un simple alojamiento; fue nuestro hogar lejos de casa, donde cada rincón escondía historias esperando ser contadas.
Recorriendo la isla en bicicleta, con el viento en nuestro cabello y la risa de Cósima resonando en el aire, me recordó lo importante que es brindarle a ella un espacio para maravillarse, para jugar y explorar libremente, tal como exploramos el comedor que se abre a nuestro jardín en París.
Momentos de pura alegría
Entre los tratamientos holísticos en el Iridium Spa y los juegos en la playa, cada actividad estaba imbuida de una alegría simple y pura. Observar a Cósima interactuar con la naturaleza y ver su asombro ante el mundo submarino me recordó cuán crucial es este tiempo juntas, no solo como madre e hija, sino como compañeras de aventuras. Este viaje fue un recordatorio para desacelerar, para respirar profundamente y para apreciar esos momentos mágicos que solo suceden una vez.
Castillos en la arena
La playa era, en sí misma, una extensión del paraíso. Arena blanca y suave como el talco se extendía hasta encontrarse con las aguas cristalinas y serenas del océano Índico, creando un paisaje de ensueño que parecía sacado de una postal.
Cada día, Cósima y yo dejábamos huellas en la arena mientras explorábamos este magnífico litoral, recolectando conchas y observando cómo la marea dibujaba patrones artísticos en la orilla. El sonido suave de las olas proporcionaba un telón de fondo relajante, perfecto para nuestras tardes de juegos y descanso bajo el sol. Además, la privacidad y exclusividad de la playa nos brindaban un santuario donde podíamos disfrutar de momentos tranquilos juntas, construyendo castillos de arena o simplemente admirando el vasto horizonte, recordándonos lo afortunadas que éramos de estar en un lugar tan especial.
Compartiendo sabores y sonrisas en Maldivas
La gastronomía en St. Regis no era solo alimentación, era una celebración de vida. La experiencia gastronómica se reveló como un verdadero lujo que complementaba a la perfección nuestra estancia.
Las comidas se convirtieron en nuestros momentos para reconectarnos cada día, celebrando los sabores locales y la excelencia culinaria. Cada bocado de marisco fresco y cada sabor de curry maldivo nos unía más, en encuentros culinarios que eran tan nutritivos para el espíritu como para el cuerpo. Era como poner la mesa en nuestro jardín parisino, pero esta vez con un panorama tropical como telón de fondo.
Un refugio transformador
Reflexionando sobre nuestros días en Maldivas, más que satisfecha, me siento revitalizada. Vommuli no solo proporcionó un escenario de descanso, sino que también fue un catalizador para renovar mi energía e inspiración, tan esenciales para mi vida creativa y personal.
Así como anticipamos con ilusión la llegada de nuestro próximo miembro de la familia y la próxima etapa de nuestra vida en París, este viaje nos recordó la importancia de nutrir nuestros lazos familiares y personales.
El regreso a casa no marcó el fin de nuestro viaje, sino el inicio de un capítulo renovado, lleno de amor, creatividad y la promesa de más aventuras por venir.
Este viaje a Maldivas, lejos de ser una simple escapada, se convirtió en un testimonio de lo que verdaderamente valoramos: tiempo en familia, la belleza de la naturaleza, y los pequeños momentos que juntos tejemos en el tapiz de nuestra vida.